viernes, 28 de noviembre de 2014

La isla mínima (Marshland) (Rodríguez,2014)


"Poco a poco, con paciencia de monje trapense, el realizador andaluz Alberto Rodríguez está construyendo, como quien no quiere la cosa, tal vez la más coherente de las carreras en el cine criminal que haya visto el reciente cine español." Mirito Torreiro (Fotogramas)

La investigación del truculento asesinato de dos adolescentes (torturadas y violadas) en un pequeño pueblo en las marismas del Guadalquivir nos adentra, de la mano de los dos policías, Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo), en un thriller noir en el que paisaje, momento histórico y política (años 80. principios de la Transición) complementan una trama que desvela lo turbio y tenebroso del sur rural. 

Una excelente construcción del género
Alberto Rodríguez presenta un thriller negro magistral: de suspense in crescendo, de sospechas e intrigas, de silencios inquietantes y perturbadores y persecuciones en una naturaleza indomable, de angustia por la presencia (cercana) de unas marismas que parecen engullirse a las jóvenes de un pueblo rural y cerrado. 
La trama se enturbia, como las aguas de las marismas: nada es transparente, los diálogos, los movimientos y los gestos de los personajes, las mentiras, la sombra de un franquismo aún reciente que se cierne sobre una sociedad que aún no ha despertado de la resaca

La revisión del pasado reciente de España
En el film convergen historias personales, dramas de contenido social y un fuerte contenido político. Los dos policías encarnan "lo viejo" (Juan es heredero del brazo más violento de la policía franquista) y "lo nuevo" (Pedro es más progresista y aperturista. "Ya me dijeron que usted daba problemas" le reprocha su superior en un momento de la película), que se "reconcilian" con un fin común: una investigación que revela un sur aletargado y rural, insalubre, en el que obreros explotados conviven con ricos terratenientes y cortijos abandonados, y en el que las adolescentes anhelan escapar y respirar mundo exterior (trabajar en el incipiente sector del turismo), alejado de las ideas arcaicas de un pequeño pueblo que no termina de despegarse el olor a aguas muertas

La estética del film
El film también se presenta como un ejercicio artístico que desenvuelve el ejercicio narrativo.
Los espectaculares cenitales de las marismas del Guadalquivir convierten al paisaje en un omnipresente elemento artístico. El paisaje (español) cobra importancia, la marisma como metáfora de la sociedad: el agua sucia que oculta, esconde, engaña, intimida a la sociedad.

La construcción de los personajes
Desde los principales hasta los secundarios, el cast demuestra la brillantez del cine español, con especial mención a Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez. El personaje de Javier Gutiérrez (Juan, policía pro-franquista) es quizás el de mayor complejidad dramática: violencia y alcohol se mezclan en una mente turbulenta e inteligente, un "tríptico", como nos muestra en ocasiones el reflejo del espejo, y la interpretación la completa con maestría uno de los ya veteranos de nuestro cine. 


Un final abierto, el último trago de un whisky ochentero
La trama, diseñada como la construcción del puzzle, acaba encajando las piezas: la investigación meticulosa, lenta, "manual" de los crímenes, la resolución reveladora. Y al final un final abierto, una incertidumbre y una sombra que se cierne sobre una sociedad que aún tiene que beber para olvidar.

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